Charlie Harris-Beard había sido el protagonista de la boda de sus padres en noviembre, cuando irrumpió, lleno de alegría y de vida, en la iglesia portando los anillos a bordo de su coche por control remoto favorito. En aquel momento hizo llorar hasta a 300 personas.
Esta semana, el pequeño de dos años volvió a ser el protagonista de la tarde en exactamente la misma iglesia. Y también volvió a hacer llorar a todo el mundo. El ambiente, sin embargo, era diametralmente diferente. Esta vez lo que se celebraba era su funeral.
Charlie tenía cáncer terminal y en noviembre le habían sido diagnosticado apenas semanas de vida. De hecho, ese fue el motivo de que sus padres adelantaran su propia boda a noviembre: querían que su hijo pequeño pudiera verla. Charlie venció a la estadística y llegó a ver hasta las navidades.
Su padre había estado recaudando dinero para someter al pequeño a un tratamiento experimental que le permitiese curar su leucemia aguda. Sin embargo, hace poco los médicos anunciaron que ya no podían hacer nada por él.
Esta semana, el pequeño de dos años volvió a ser el protagonista de la tarde en exactamente la misma iglesia. Y también volvió a hacer llorar a todo el mundo. El ambiente, sin embargo, era diametralmente diferente. Esta vez lo que se celebraba era su funeral.
Charlie tenía cáncer terminal y en noviembre le habían sido diagnosticado apenas semanas de vida. De hecho, ese fue el motivo de que sus padres adelantaran su propia boda a noviembre: querían que su hijo pequeño pudiera verla. Charlie venció a la estadística y llegó a ver hasta las navidades.
Su padre había estado recaudando dinero para someter al pequeño a un tratamiento experimental que le permitiese curar su leucemia aguda. Sin embargo, hace poco los médicos anunciaron que ya no podían hacer nada por él.